El camello tiene cara de cordero jorobado

"Pero para ella siempre serían camellúsculas, esas pequeñas elevaciones del alma, signos minúsculos de humanidad entre los paisajes desérticos de la programación."

El camello tiene cara de cordero jorobado

En el reflejo apagado de la pantalla, donde las líneas de código eran como ríos de pensamientos que fluían sin interrupción, se alzaban las camellúsculas, esas pequeñas jorobas de mayúsculas que interrumpían la monotonía gris del teclado. En cada palabra unida por el imperativo de la máquina, ellas surgían, como pequeñas cumbres que nadie veía, pero que delineaban el paisaje secreto de su mente. Ahí estaban, erigiéndose entre las variables y los comandos, cargadas de una belleza silenciosa, casi diminuta, mientras las yemas de sus dedos acariciaban el teclado con la cadencia de quien compone una sinfonía para ojos ciegos.

Las camellúsculas eran su obra oculta. Un código que, a simple vista, era correcto y funcional, pero que, bajo la mirada de quien supiera leer más allá de lo evidente, revelaba el eco de sus pensamientos. No era solo la práctica de juntar palabras y elevar letras; era una forma de ordenar su propio caos, de domar lo inasible y darle un orden que solo ella entendía. Las mayúsculas se alzaban y caían como olas pequeñas, marcando los latidos de su incertidumbre, de sus dudas que se alzaban en la mente como esos camellos invisibles, caminantes en un desierto de cifras y lógica.

Alguien más, quizá, pasaría los ojos sobre aquellas líneas sin ver nada más que funciones y nombres. Pero ella sabía que en cada camellúscula escondía un fragmento de sí misma. Ahí, en medio de los algoritmos, estaba la curva suave de su nostalgia, la elevación tímida de sus sueños y el descenso inevitable de sus fracasos. Se había acostumbrado a escribir así, con ese estilo que le permitía deslizar una parte de su alma entre las máquinas, como si pudiera dejar un rastro en ese lenguaje frío que a veces parecía no admitir más que eficiencia.

"CamelCase" lo llamaban ellos, con sus voces mecánicas, con sus miradas que no sabían encontrar la poesía en una línea de código. Pero para ella siempre serían camellúsculas, esas pequeñas elevaciones del alma, signos minúsculos de humanidad entre los paisajes desérticos de la programación. Su poema comenzaba así:

let MarDeDudas = function(esperanza, miedo) {
    if (esperanza > miedo) {
        return "HorizonteIncierto";
    } else {
        return "OscuridadLatente";
    }
}

let miDestino = MarDeDudas(esperanzaInterior, temorProfundo);