El hacha del pintor:
El oxígeno enclaustrado alimenta
la lumbre que al roble consume
tiznando por completo una estufa
con olor a vieja leña incinerada.
Lo mismo le ocurre a este ánimo,
siempre en un permanente estado
atípico de frías ascuas, pintadas
con el negro más sucio y el blanco
más puro.
Entre tanto, el leñador sugirió ir al Norte,
el pintor, terco, decidió no moverse del Sur.