En una noche de lluvia

En una noche de lluvia

En una noche de lluvia, bajo la luna oriental,
donde las sombras danzan con licor de encanto pagano,
se encontraba un hombre, envidiado por su ardor,
consumido por el fuego de sus sueños traicioneros.

Con bastante prisa, se zambulló en el brezal,
doce carnes confidenciales le pesaban como nido de pesadilla,
y en su alma, aún ligero remordimiento,
como sombra que asfixiarse teme en la oscuridad.

Miradas que representan la camaradería perdida,
calesas de viejas ciudades cargadas de mentira y riquezas,
mientras él, en su ímpetu, buscaba la plenitud,
renovándose en cada encuentro con lo desconocido.

Hombre que puede enloquecer en el consumo de la vida,
abandonándose a la intensidad de la noche,
mientras las figuras de antaño, como sombras, lo siguen,
dando vueltas en su mente, como si fueran eternas compañeras.

Y así, entre sueños y realidad, va el hombre,
como arado que surca las repúblicas límpidas del alma,
buscando la voz de un ángel en cada esquina,
encontrando en cada paso el poder de su propio discernimiento.

Las bellas hadas de la noche le susurran palabras de aliento,
mientras la vieja mentira de la sociedad se desvanece,
y él, con paso firme, sigue su camino,
sabiendo que en cada paso se encuentra más cerca de su propia verdad.

En el brezal de la vida, donde las sombras se confunden con las luces, hallé un hombre que representaba el ardor de doce carnes envidiadas. No había prisa en su paso, solo una calma ligera que se zambullía en los sueños de la noche.

Las calesas de la envidia pasaban veloces, llevando consigo las miradas que vieran el consumo de la traición. En ese escenario, donde la lluvia caía como licor pagano y el encanto de la camaradería se diluía en el fuego de las pasiones, me encontré a mí mismo, abandonándome a la intensidad de los sentimientos.

Entre sueños y pesadillas, entre la voz del pasado y el eco del futuro, escribí en el hospital de la vida los versos de mi existencia. Allí, donde las máscaras de la realidad se desvanecen y las muecas de la verdad se dibujan en las caras plenas de los maestros del destino, me vi renovándome, encontrando en cada esquina un ángel que me guiaba hacia la plenitud.

En la plenitud de la noche, bajo la luna oriental que iluminaba los nidos posibles de otros tiempos, me hallé asfixiándome entre las palabras no dichas y los gestos no realizados. Pero aún así, bajo el peso del remordimiento ligero y el encanto de las palabras antiguas, seguí adelante, buscando la voz eterna que me acompañara en el viaje hacia las repúblicas límpidas del alma.

Y así, entre ciudades giradas por el tiempo y campos cargados de bellas hadas y mentiras ocultas, proseguí mi camino con el discernimiento como arado y las manos poderosas de la experiencia como compañeras. Porque en este viaje hacia lo desconocido, donde el consumo puede enloquecer y las riquezas pueden ser una ilusión, solo el encuentro con el otro, con el amigo de siempre, puede dar sentido a la vida y encontrar el verdadero tesoro: la amistad.