Luna

Luna
Luna: farol del chino perdido en la noche.

Luna era una niña que vivía en un pueblo de China. Le encantaba mirar el cielo por la noche y ver las estrellas y la luna. Su padre le había regalado un farol rojo que colgaba en su ventana. Luna lo encendía todas las noches y le pedía un deseo a la luna.

Un día, su padre tuvo que ir a la ciudad por trabajo. Le dijo a Luna que volvería pronto y que cuidara de su madre y de su hermano. Luna le abrazó y le dijo que le esperaría con el farol encendido. Su padre le sonrió y se fue.

Pasaron los días y las noches, y Luna seguía encendiendo el farol y pidiendo a la luna que su padre volviera. Pero su padre no volvía. Luna se preocupaba cada vez más. Su madre le decía que tuviera paciencia, que su padre estaba bien y que pronto regresaría. Pero Luna no se tranquilizaba.

Una noche, Luna tuvo un sueño. Soñó que su padre estaba perdido en la oscuridad, sin saber cómo volver a casa. Luna se despertó asustada y corrió a la ventana. Miró al cielo y vio que la luna estaba llena y brillante. Luna sintió que la luna le hablaba y le decía que no se preocupara, que ella le ayudaría a encontrar a su padre.

Luna le preguntó a la luna cómo podía hacerlo. La luna le dijo que cogiera el farol y que saliera a la calle. Luna obedeció y cogió el farol. Salió de su casa y se encontró con un perro blanco que la miraba con curiosidad. Luna le acarició y le preguntó si quería acompañarla. El perro movió la cola y siguió a Luna.

Luna y el perro caminaron por el pueblo, siguiendo la luz de la luna. La luna les guiaba por el camino correcto, iluminando los lugares donde debían ir. Luna y el perro llegaron al bosque, donde la oscuridad era más densa. Luna no tenía miedo, porque confiaba en la luna. El perro tampoco tenía miedo, porque confiaba en Luna.

Luna y el perro atravesaron el bosque y llegaron a la montaña. La montaña era alta y escarpada, pero Luna y el perro no se rindieron. Subieron por la montaña, ayudándose el uno al otro. Luna y el perro llegaron a la cima de la montaña y vieron la ciudad. La ciudad era grande y ruidosa, pero Luna y el perro no se asustaron. Bajaron por la montaña, buscando a su padre.

Luna y el perro entraron en la ciudad, siguiendo la luz de la luna. La luna les mostraba los lugares donde debían buscar. Luna y el perro recorrieron la ciudad, preguntando por su padre. Nadie les respondía, nadie les hacía caso. Luna y el perro se sentían solos y tristes.

Luna y el perro llegaron al centro de la ciudad, donde había una gran plaza. En la plaza había una fuente, donde la luna se reflejaba. Luna y el perro se acercaron a la fuente, esperando ver a su padre. Pero no lo vieron. Luna se desesperó y lloró. El perro la consoló y le lamió la cara.

De repente, Luna oyó una voz familiar que la llamaba. Era su padre. Luna levantó la cabeza y vio a su padre que venía hacia ella. Luna se alegró y corrió a abrazarlo. Su padre la abrazó y le dijo que la había estado buscando. Le preguntó cómo había llegado hasta allí. Luna le contó todo lo que había pasado, cómo la luna le había ayudado y cómo el perro le había acompañado. Su padre se sorprendió y le agradeció a la luna y al perro. Les dijo que eran sus ángeles de la guarda.

Luna, su padre y el perro se fueron de la plaza, felices y contentos. La luna les sonrió y les deseó buena suerte. Luna le dio las gracias y le dijo que siempre la recordaría. La luna se puso contenta y les dijo que siempre los cuidaría. Luna, su padre y el perro se fueron a casa, con el farol encendido.