Recuerdo de la Navidad futura

Recuerdo de la Navidad futura

Una mujer canosa es vista junto a la ventana de un viejo salón de una casa de pueblo. Es a primeros de noviembre por la tarde. Una caldera de calefacción ruge como un león hambriento. Oye, chico (siempre me llama así), tenemos que hacer tartas, muchas tartas. Trae tu carro, me dice. Lo miro y con desgana mi perro, Karko, adivina que tiene que levantarse del carro. Se viene a mi lado y me mira. Qué hacemos ahora, parece querer decirme. Vamos, le digo.

Tenemos ya todas las gavillas recogidas y esperando en la cocina. Karko se relame. Yo salivo también pero no recibo nada. No puedes comértelas todas antes de haber empezado, me dice.

Sonrío mientras acaricio a Karko detrás de las orejas. Mi abuela siempre ha tenido una pasión desbordante por la repostería y, a sus ochenta y cinco años, no ha perdido ni un ápice de su entusiasmo por hornear. Juntos, nos dirigimos hacia la cocina, donde los ingredientes y utensilios están meticulosamente organizados sobre la encimera.

Mi abuela Carmen, se ata el delantal y se mueve con una vitalidad sorprendente. Sus ojos brillantes y arrugas llenas de sabiduría cuentan historias de años de experiencia en la cocina. "Chico, hoy vamos a hacer tartas de manzana", anuncia con entusiasmo mientras empieza a pelar las manzanas con destreza.

Observo fascinado cómo sus manos canosas se deslizan sobre la fruta, eliminando la piel con maestría. Recuerdo los días de mi infancia, cuando solía ayudarla en esta misma cocina, haciendo un lío con la harina y dejando un rastro de azúcar por todas partes. Ahora, como adulto, puedo apreciar la magia y el arte que ella imprime en cada receta.

Mientras ella continúa con las manzanas, me pide que prepare la masa para la base de las tartas. Sigo sus instrucciones al pie de la letra, mezclando la harina, la mantequilla fría y una pizca de sal. El aroma de la masa se va apoderando de la cocina, llenándola de un reconfortante olor a hogar.

Una vez que tenemos todo listo, Carmen comienza a extender la masa en el molde, mientras yo me encargo de rellenarlos con las manzanas sazonadas con canela y azúcar. Trabajamos en silencio, disfrutando de la compañía del otro y de la calidez que emana de la cocina.

Mientras las tartas se hornean, mi abuela y yo nos sentamos en la mesa de la cocina, compartiendo una taza de té caliente. Hablamos de tiempos pasados, de recuerdos felices y de las personas que ya no están. Carmen siempre ha sido una fuente inagotable de sabiduría y consejos, y valoro cada momento que paso a su lado.

El aroma a manzanas caramelizadas y masa dorada impregna la casa, y sé que las tartas están listas. Con cuidado, las sacamos del horno y las dejamos enfriar sobre una rejilla. Mi abuela sonríe satisfecha, admirando su obra culinaria. "Ahora podemos disfrutar de nuestras tartas, chico", dice con una mirada llena de amor y complicidad.

Nos sentamos juntos en la mesa, compartiendo una porción de tarta de manzana recién hecha. Cada bocado es un deleite para el paladar, un tributo al amor y la dedicación que mi abuela ha puesto en cada detalle. Mientras saboreo la dulzura de la tarta, sé que estos momentos se quedarán grabados en mi memoria para siempre.

La tarde avanza y la luz del día se va desvaneciendo lentamente. Me despido de mi abuela, prometiéndole que volveré pronto. Salgo de la casa con Karko a mi lado, llevando conmigo el dulce aroma de las tartas y el calor reconfortante de los momentos compartidos.

Mientras caminamos de regreso a casa, el viento sopla suavemente y las hojas caídas crujen bajo nuestros pies. En mi corazón, sé que esta tarde con mi abuela y nuestras tartas de manzana ha sido un tesoro preciado, un recordatorio del amor que se transmite a través de la cocina.

Y así, con el corazón lleno de gratitud y el sabor dulce de la tarta en mis labios, sigo caminando hacia el futuro, sabiendo que siempre llevaré conmigo los sabores y los momentos compartidos con mi querida abuela.