Uno va en el metro observador y con la mente clarividente en un estado de embriaguez filosófica meditando sobre uno mismo, sobre el entorno y la insoportable levedad del ser, y de pronto una pequeña ráfaga de aire nos saca de este estado lisérgico al percibir un aroma que nos constata que lo único verdadero es la insoportable suciedad del ser.