Caminábamos mi amigo Ahasvero y yo por los tuétanos de la noche, cuando hete aquí que, movido por la amistad y el entusiasmo, empecé a declamarle los pomposos versos de un pésimo y ferruginoso poeta a dos lascivas lamias que se pusieron inmediatamente cachondas al son de tan apestosos sonetos. Juro, desde ahora, considerar algo más a los poetas aunque sólo sean como engrasadores de los calenturientos sótanos de las hijas de la noche. ¿Verdad, primo?

Vargas vuelve