Guardo tu ausencia
en interminables minutos,
largos como cuchillos,
que están a punto de acabar conmigo
y ya no aguantaré mucho más.
El día que regreses,
mientras voy perdiendo
las once, las doce,
las veinticuatro horas,
una tras otra, como un niño tonto…
El día que regreses -digo-
Ahasvero estará más muerto que vivo,
asesinado en manos de un reloj.
Tan inocente él, tan silencioso.