Amor onírico

Una laguna, un sueño

Amor onírico

Volveré a la laguna donde nadan las muchachas,
donde la luna arrastra su dolor en cada onda,
y el viento murmura lamentos de tiempo en ruinas,
con su lengua de polvo y sus estrellas mustias,
llorando sobre el silencio de las piedras.

Aquí, amor, en este rincón de mis venas,
donde los cardos son los únicos testigos de mi paso,
he de hallar la sombra de lo que fui,
el eco marchito de mi voz en la distancia,
deshaciéndose en cada nota de un canto perdido.

Las muchachas, con sus labios de sal y fuego,
me cantan historias de amores ilusorios,
de besos que se deshacen en el aire como ceniza,
y en sus ojos veo reflejada la angustia sólida del mar,
esa vasta soledad que me recuerda a mis ruinas.

En la laguna de mis sueños, construida con manos
que solo conocen la caricia del aire reseco,
cada grieta está escrita en el lenguaje de la ausencia,
cada sombra es un grito que se alarga hacia el ocaso.

Amor, en esta tierra yerma, pétrea, oscura,
donde los días se deshojan como calendarios sin hilo,
mi corazón busca entre las dunas la respuesta que me consume,
la promesa del amor transparente, azulado, prístino,
que se oculta tras cada ola, tras cada suspiro de viento.

Volveré a esa laguna impasible, transparente, pura
donde las muchachas guardan el secreto de lo eterno, sumergido,
donde el tiempo no es más que un espejismo en el horizonte,
y el corazón, en su eterno navegar, encuentra por fin la calma
en el abrazo de un amor ignoto, peregrino, suave y lento,
amor que siempre ha sido y nunca fue.

Aquí, en mi retiro de silencio y polvo,
volveré a ser yo, sin máscaras ni olvidos,
y en cada palabra que nazca de mi boca,
llevaré la marca indeleble de tus labios, como un faro nocturno,
como un susurro eterno en el desierto de mi día.

Volveré a la laguna transparente donde nadan las muchachas,
donde el eco del viento es un susurro sin tiempo,
y la luna se refleja como el espejo de un corazón en vela.
Aquí, en este rincón ajeno, donde el desierto murmura secretos
y las estrellas, sin piedad, cortan la noche en trizas.

Amor mío, vuelvo a mis raíces de polvo y signo,
al lago que construí con mis manos de barro y esperanza licuada,
donde cada piedra es una memoria sin testigo,
donde cada grieta es un sueño suspendido en el aire.

En la laguna de mis entrañas, asistida por mis venas,
las muchachas cantan melodías de amores olvidados,
sus voces resuenan en la penumbra, quebrando el silencio
como cristales, cayendo en un abismo sin fin.
Sus ojos, faros nocturnos, me guían hacia lo inefable,
donde el misterio y el amor verdadero se entrelazan
en un abrazo de sombra y luz.

Aquí, amor, en la soledad de mi desierto,
en el yermo que acoge mis pasos errantes,
mi corazón late al compás de las olas de una laguna etérea,
donde los sueños se hacen agua y el agua se hace signo.

Volveré a esa laguna donde las muchachas esperan,
donde el tiempo se disuelve en un mar de ilusiones,
y cada momento es un pétalo flotando en la eternidad.
Aquí, en mi retiro, encontraré la esencia de tus jugos,
y en cada poema, amor mío, hallarás un pedazo de mi corazón
en llamas, sumergido en busca de tu amor onírico.