Cada regreso a Ítaca

Cada regreso a Ítaca

A Ítaca regresé, eternos míos,
tras mares y cicatrices, en que
yace el polvo de nuestros juegos
bajo cielos grises de recuerdos rotos.

Caminé con el peso de mil soles muertos,
llevando en mis espaldas el eco de sus voces,
sus risas, sus sombras en la arena,
llamas que el viento ahoga con susurros.

Cada paso, una despedida,
cada huella, un adiós sin eco.
Ítaca se alza, majestuosa y fría,
un pecho de roca donde el amor reposa.

Y vosotros, eternos míos, en las olas perdidas,
cuerpos de espuma, sueños de mar.
Tus ojos, dos lunas que ya no reflejan,
tu voz, un canto ahogado en la marea.

Regreso con los labios heridos,
pronunciando nombres que la tierra calla.
Un mosaico de ausencias me abraza,
en Ítaca, donde el tiempo no perdona.

Aquí, donde los olivos murmuran secretos,
siento la daga del pasado hincarse,
y el viento me trae tus palabras,
cristales rotos que el corazón abraza.

Eternos míos, en cada estrella apagada,
en cada ola que besa la costa,
os encuentro y os pierdo de nuevo,
en esta Ítaca, donde cada regreso
es un duelo sin fin, una herida abierta
que el alma lleva, solitaria y sabia.

En la ribera del eco, Ítaca despierta
como una sombra que danza en el agua
hermana de la luna, amante del alba.
Hombres de rostros de piedra y sueños de sal
despiertan con el mar en los ojos,
susurran nombres en lenguas olvidadas
que el viento recoge como hojas caídas.

Cada retorno, eternos míos, es un destierro
donde el polvo de los caminos se vuelve ceniza
y las estrellas son llagas en el cielo.
Los amigos, esos fantasmas que nos habitan,
han partido en barcos de silencio,
dejando huellas en la arena,
sus risas resonando en los abismos del olvido.

Ítaca, aquella Ítaca que conocimos,
es ahora un reflejo, un suspiro,
una isla perdida en el mar del tiempo.
Las olas nos traen suspiros de viejas batallas
y en cada rincón, la ausencia se sienta a nuestro lado,
cantando canciones de adiós,
tejiendo fúnebres coronas de nostalgia.

El puerto es un altar de memorias rotas,
donde cada paso es un tributo
a los que no volverán.
Las redes vacías y las barcas calladas
nos hablan de un pasado
que se disuelve en el horizonte
como un sueño que se niega a despertar.

Así, queridos eternos, regresamos a Ítaca,
cargados de ausencias, cubiertos de noches,
buscando en cada piedra, en cada árbol,
los rostros queridos que el tiempo devoró.
Y en el silencio de la noche,
entre las sombras y las estrellas,
nos encontramos con la verdad más amarga:
cada regreso a Ítaca es un adiós a lo que fuera vivo.