Choza de mis huesos

A los huesos enamorados, germinales

Choza de mis huesos

Huesos, huesos, y más huesos.
Trizas en la médula del tiempo,
calcáreos esqueletos de olvido
se despliegan en mi desierta piel.

Vino el viento, y en su hálito,
se dispersaron los huesos como signos
fractales de memorias inconclusas,
esperando el abrazo del polvo.

Oh, huesos que laten en silencio,
tambores mudos en la noche yerta,
donde cada grieta es un grito
de amores que nunca germinaron.

El desierto cruje bajo mis pies,
susurros calcinados en un idioma arcano,
y yo, peregrino de huesos y luz,
traspaso el umbral de lo intangible.

Huesos que se entrelazan,
espectros óseos de estrellas caídas,
formando constelaciones de un anhelo
que danza en la órbita del vacío.

En esta choza de huesos vivos,
esculpo con mis manos el misterio,
el amor verdadero, esquivo,
se esconde en el laberinto de los huesos.

En la choza de mis huesos,
la aridez canta su soneto,
y he sembrado palabras que yacen,
blancas como el polvo del olvido.

Los huesos, amor, los huesos,
se alzan como columnas de un templo
que custodia los ecos perdidos
de lo que fuimos, de lo que no seremos.

En cada grieta de mis huesos
duermen recuerdos, dormitan sueños,
misterios que susurran nombres
que los vientos sirocales borran.

El amor, ay, el amor verdadero,
se esconde en los recovecos cóncavos
de estos huesos tristes y erguidos,
buscando encontrarse, perderse tal vez.

Y en la noche, bajo cielos infinitos, estrellados,
los huesos cantan su melancolía necrosada,
un lamento que atraviesa los tiempos
como una luz que muere en silencio celeste.