Torre del habré

Torre del habré

Torre del habré, donde los sueños se elevan como aves en vuelo, escalaba María, acompañada por el eco lejano de los saltimbancos. Mientras unos se lanzaban hacia lo desconocido en una vieja barca, otros navegaban en las aguas del mar de la vida, enfrentando sus propios desafíos.

En este mundo post, donde la salud se torna en serio anhelo y las pasiones arden como llamas poseídas, se alzaba una prohibida idolatría, encerrada en un cruel corral de ilusiones gastadas. Sin embargo, en ese suelo maravilloso, forjado en el hierro del estudio y la literatura, María arrastraba consigo los comeos de la experiencia.

No obstante, a pesar de las dificultades, trajo consigo largos años de risa y prudencia, ofreciendo un refugio en tiempos de tormenta. Como un emperador de su propio destino, con la querida izquierda y el alto dueño del destino, navegaba entre los océanos de la vida, curtidos por los acontecimientos que ocurrieron en su blanca y tonta juventud.

Bebía del cáliz del descubrimiento, despreciando la timidez y abrazando las experiencias silvestres que la vida le ofrecía. Siempre dispuesta a tatuar en su piel el calor de las emociones, enfrentaba los desafíos con valentía, superando los obstáculos como un joven guerrero en su épico pillaje, cosechando triunfos multicolores en un mar de infamia y filosofía.

Aunque a veces se sintiera prisionera de sus propias dudas y mendicidades del alma, sabía que cada ejecución era una oportunidad para renacer, para alcanzar la verdadera libertad. En el silencio de la noche, entre telones que se cierran sobre una escena primitiva, María contemplaba el vuelo de un ave elegante, cantando la canción de su propia existencia.